Cuando somos pequeños somos libres, transparentes, sabemos que queremos, nos amamos y amamos sin condición pero al ir creciendo nos llenamos la cabeza de ideas ajenas, nos creemos lo que otros nos dicen que debemos creer, nos colgamos etiquetas, nos volvemos lo que otros nos dicen que somos y al llegar a la adultez a veces nos encontramos viviendo sueños ajenos, una vida ajena, llenando vacios ajenos y expectativas que no son nuestras.
A veces perdemos tanto tiempo siendo quien internalizamos creer ser que olvidamos quienes somos en realidad y llegamos entonces a un punto en que la frustración, tristeza y crisis de identidad nos alcanza, nos sentimos perdidos, no nos reconocemos más, perdemos el camino porque ese que recorríamos no era nuestra verdadera senda. En ese momento hay que parar, reflexionar, volver a nuestra esencia, recordar lo que soñabamos antes de llenarnos de telarañas, roles, identidades, máscaras la cabeza, hacer contacto con nuestro verdadero yo, nuestro niño interno y cambiar de dirección.
Por supuesto que asusta, da miedo comenzar de cero, dejar ir, pensar en que habrá gente que amamos y se alejara pero aquellos que realmente nos aprecian permanecerán pues son los que han logrado ver a través de todas esas capas que nos hemos puesto encima y nos acompañarán en nuestra felicidad.
Más vale recomenzar y ser quien deseas a seguir perdiendo el tiempo valioso mintiendonos a nosotros mismos creyendo que un día seremos felices. Cambiar es difícil pero siempre vale la pena si eso te hace crecer. El que se ama y es feliz puede contagiar a otros su luz y eso es el mejor regalo que alguien puede dar, compartir quien es y lo que tiene sin esperar nada a cambio más que ver al otro sonreír.
~dL
No hay comentarios.:
Publicar un comentario